Hola a tod@,
Me llamo Ana, soy residente de
medicina familiar y comunitaria y el pasado mes de Julio estuve en el Centro de
Atención Materno Infantil de Nacala (CAMINA), en Mozambique con las Hermanas
Pilarinas.
El responsable de que decidiera
ir es mi chico, Diego, que también se vino conmigo y que escribe estas líneas
junto a mi. Para él era la segunda vez en Mozambique. Y creo que desde que él
me llamaba desde Maputo en Julio del 2011 empecé a pensar….¿y por qué no voy yo
también?
A su vuelta no paraba de escuchar
anécdotas y vivencias que junto con su cara de ilu
sión y añoranza hacían que se
revolviera algo en mi interior…
Empecé a pensar que quizás
también como médico sería una experiencia interesante en la cual podría
aprender sobre aspectos que aquí ya no se ven. Así que tras unos cuantos
trámites logré encuadrarlo en mi formación como médico de familia.
En seguida nos pusimos en
contacto con quien nos acogería en su casa: Las hermanas Pilarinas de Nacala.
Cada correo que mandábamos iba lleno de agradecimientos y de cariño, y nosotros
siempre pensábamos: ¿por qué nos dan las gracias? Si somos nosotros los que las
pedimos que nos acojan… Una vez que llegas allí te das cuenta de por qué lo
hacen. Ellas están siempre encantadas de recibir gente que las pueda echar una
mano, al menos tan pequeña, como la que nosotros echamos ese mes.
La preparación del viaje está
siempre llena de incertidumbre y de nervios. En parte, de quien se va, pero
también bien de la gente que se va a quedar en España mordiéndose las uñas y
preguntándose qué tal nos tratarían… ¿pues cómo nos van a tratar?
¡¡¡ESTUPENDAMENTE!!! En Nacala nos echamos cuatro mamas que estaban siempre
dispuestas a pasar un rato con nosotros, a charlar o a lo que hiciera falta.
Creemos que lo mejor es contaros
como era un día normal en nuestra vida en
el centro.
El primer impacto llegaba muy
temprano: a las 4 de la mañana se empezaba a acumular gente en la puerta del
centro de salud a coger turno para pasar a la consulta. En Nacala amanece a las
5-5:30 de la mañana, pero muchas de las personas que acudían venían de otros
barrios que se encontraban bastante lejos así que podían llevar casi toda la
noche de viaje que comúnmente hacían caminando, o con suerte, en chapa.
Nosotros amanecíamos un poco más
tarde, sobre las 6, alertados por el ruido de los niños que empezaban a llegar
a la escuela. Se les oía incluso unas horas antes del comienzo de las clases si
ese era el momento que mejor le venía a sus familias para pasar a dejarlos por
allí. Todos los días desayunábamos con las hermanas aunque ellas ya llevaban
bastante tiempo levantadas haciendo cosas por el centro y empezando a ponerse
en marcha para que cuando empezara la consulta o las clases todo estuviera
perfecto.
Tras el desayuno empezaba uno de
nuestros momentos favoritos del día: el aseo y el desayuno de los niños del
centro de día de desnutridos. Era todo un espectáculo entrar en una sala y ver
a casi treinta niños sentados en dos filas en sus orinales, con los ojos muy
abiertos y a la espera de darse un bañito con un agua que estaba… no se cómo
decirlo… ¿templada? Calentaban un barreño de agua y por cada cazo que les
echaban por encima de agua del grifo venía otro con el agua “caliente”. Eso sí:
¡¡¡allí no llora nadie!!!
Otra sorpresa cuando pasábamos al
comedor… Era ver los vasos de papilla volar de un lado a otro de la sala y los
niños como locos de contentos, eso sí: no tardes mucho en traerme mi desayuno
que me si no me enfado…
Algo que no olvidaremos jamás era
la mirada de una niña: Hermelinda. Era la más enfermita de todas, un año y tan
solo 4,5kg de peso. Desde el primer día nos dimos cuenta de que iba a ser
nuestra niña mimada… y así fue. No pasaba ni un instante en el que no
estuviéramos detrás de ella para darle un achuchón, un beso o un paseo en
brazos si es lo que nos pedía el cuerpo.
Después Ana se iba a la consulta.
¡¡¡cómo explicarlo!!!
Mientras recorríamos
un largo pasillo de camino al acercarnos al despacho iba aumentando el murmullo
de la gente. Al final del pasillo dos puertas enfrentadas, a un lado, el
consultorio y al otro, la sala de curas y la farmacia. Al final del todo, una
sala de espera a rebosar de gente, sobretodo mamás y niños.
La sorpresa fue en aumento a medida que pasaban los
pacientes…solamente había visto un caso de sífilis en mi vida…un chico de unos
35. Aquí de 40 niños vistos, un tercio eran positivos…Y en cada consulta casi
un diagnóstico de VIH+ a veces un papá, o una mamá, o una niña de 17 años….
Un día vino una pareja con su hija, contaban perfectamente
como le daban crisis epilépticas una vez al mes. Intentamos tratarle y
explicarle que aquello no era un hechizo y que volviera a venir en una semana.
Nunca más se supo…
Los bebés que traían a control de peso a veces daban ganas de
no dejarles marchar, muchos por debajo de la talla y el peso que les
correspondía para su edad.
Cada día salía de la consulta más segura de la falta de
conciencia de su salud y de la de sus hijos…después pensaba que cuando no
tienes ni lo más básico para vivir haces lo que puedes y como puedes…
Cuando sales de una consulta de primaria aquí en España, en
donde el paciente viene autodiagnosticado vía internet, o te exige que le hagas
esto o aquello y ves aquella realidad, tu forma de pensar cambia radicalmente.
Aquí estamos en un punto donde prima la prevención. Allí hay tanta patología y
tan pocos medios que no sabes por donde empezar.
Y pese a todo, sin unas medidas de higiene apropiadas, sin
medios y casi sin conciencia se curan, salen a delante, viven con ganas de sonreír
y te dan las gracias por dedicarles tu tiempo.
Si en la consulta te quedabas con el corazón encogido, al ir
a la sala de curas no era para menos…El descuido por parte de los padres y el
hecho de cocinar al fuego en el suelo, era la combinación perfecta para ver un
montón de quemaduras cada día.
Mientras transcurría la consulta, Diego trabajaba con
algunos niños discapacitados del centro y otros que venían a la consulta y eran
captados. Si ya es difícil sacar adelante a un discapacitado en España,
imaginaos allí… eso sí, es esperanzador ver a la madre de un pequeño venir
todos los días desde la otra punta de la ciudad con la ilusión de aprender qué
hacer con su hijo y con un montón de dudas de cómo puede intentar sacarlo
adelante.
Cuando terminaba la consulta a eso de las 12,30-13 las
hermanas tocaban la campana. Era hora de comer. Entonces intercambiábamos
impresiones y organizábamos tareas para esa tarde: ir a por medicamentos,
hablar con el obispo, llevar losetas para una capilla en construcción, ir a la
compra…siempre había algo que hacer!!
Mientras comíamos los niños estaban de siesta. Justo después
de terminar empezaban a despertarse y les tocaba la merienda, una rica papilla
de frutas!! Otra vez a seguir gateando detrás del gran cubo de la papilla!!!
El poquito tiempo libre cuando ya caía el sol a las 5 de la
tarde lo dedicábamos a asimilar todo lo vivido y a tranquilizar a nuestras
familias a través de la conexión a Internet de la casa (que todo dicho de paso,
era como el Guadiana, aparecía y desaparecía, así que había que aprovechar el
día que funcionaba).
También hubo tiempo para disfrutar de las misas más bonitas
y participativas que hemos visto jamás, para conocer un poco más sobre una
cultura y forma de vida tan diferente. Incluso un par de días de playa de su suave
invierno y alguna excursión en la que visitamos paisajes increíbles y conocimos
gente maravillosa.
Algunas de las cosas que os hemos contado suenan muy duras,
otras muy tiernas y, aunque parezca mentira la mayoría de ellas hacen que
mientras escribimos estas líneas o al contar las batallitas que vivimos a
nuestros amigos los ojos se nos humedezcan, pero no de pena, si no más bien por
la ilusión y el recuerdo de una de las experiencias más intensas y
enriquecedoras de nuestras vidas.
Diego y Ana