miércoles, 31 de octubre de 2012

Voluntariado Ana y Diego en Mozambique





Hola a tod@,

Me llamo Ana, soy residente de medicina familiar y comunitaria y el pasado mes de Julio estuve en el Centro de Atención Materno Infantil de Nacala (CAMINA), en Mozambique con las Hermanas Pilarinas.
El responsable de que decidiera ir es mi chico, Diego, que también se vino conmigo y que escribe estas líneas junto a mi. Para él era la segunda vez en Mozambique. Y creo que desde que él me llamaba desde Maputo en Julio del 2011 empecé a pensar….¿y por qué no voy yo también?
A su vuelta no paraba de escuchar anécdotas y vivencias que junto con su cara de ilu
sión y añoranza hacían que se revolviera algo en mi interior…
Empecé a pensar que quizás también como médico sería una experiencia interesante en la cual podría aprender sobre aspectos que aquí ya no se ven. Así que tras unos cuantos trámites logré encuadrarlo en mi formación como médico de familia.
En seguida nos pusimos en contacto con quien nos acogería en su casa: Las hermanas Pilarinas de Nacala. Cada correo que mandábamos iba lleno de agradecimientos y de cariño, y nosotros siempre pensábamos: ¿por qué nos dan las gracias? Si somos nosotros los que las pedimos que nos acojan… Una vez que llegas allí te das cuenta de por qué lo hacen. Ellas están siempre encantadas de recibir gente que las pueda echar una mano, al menos tan pequeña, como la que nosotros echamos ese mes.
La preparación del viaje está siempre llena de incertidumbre y de nervios. En parte, de quien se va, pero también bien de la gente que se va a quedar en España mordiéndose las uñas y preguntándose qué tal nos tratarían… ¿pues cómo nos van a tratar? ¡¡¡ESTUPENDAMENTE!!! En Nacala nos echamos cuatro mamas que estaban siempre dispuestas a pasar un rato con nosotros, a charlar o a lo que hiciera falta.
Creemos que lo mejor es contaros como era un día normal en nuestra vida en  el centro.
El primer impacto llegaba muy temprano: a las 4 de la mañana se empezaba a acumular gente en la puerta del centro de salud a coger turno para pasar a la consulta. En Nacala amanece a las 5-5:30 de la mañana, pero muchas de las personas que acudían venían de otros barrios que se encontraban bastante lejos así que podían llevar casi toda la noche de viaje que comúnmente hacían caminando, o con suerte, en chapa.
Nosotros amanecíamos un poco más tarde, sobre las 6, alertados por el ruido de los niños que empezaban a llegar a la escuela. Se les oía incluso unas horas antes del comienzo de las clases si ese era el momento que mejor le venía a sus familias para pasar a dejarlos por allí. Todos los días desayunábamos con las hermanas aunque ellas ya llevaban bastante tiempo levantadas haciendo cosas por el centro y empezando a ponerse en marcha para que cuando empezara la consulta o las clases todo estuviera perfecto.
Tras el desayuno empezaba uno de nuestros momentos favoritos del día: el aseo y el desayuno de los niños del centro de día de desnutridos. Era todo un espectáculo entrar en una sala y ver a casi treinta niños sentados en dos filas en sus orinales, con los ojos muy abiertos y a la espera de darse un bañito con un agua que estaba… no se cómo decirlo… ¿templada? Calentaban un barreño de agua y por cada cazo que les echaban por encima de agua del grifo venía otro con el agua “caliente”. Eso sí: ¡¡¡allí no llora nadie!!!
Otra sorpresa cuando pasábamos al comedor… Era ver los vasos de papilla volar de un lado a otro de la sala y los niños como locos de contentos, eso sí: no tardes mucho en traerme mi desayuno que me si no me enfado…
Algo que no olvidaremos jamás era la mirada de una niña: Hermelinda. Era la más enfermita de todas, un año y tan solo 4,5kg de peso. Desde el primer día nos dimos cuenta de que iba a ser nuestra niña mimada… y así fue. No pasaba ni un instante en el que no estuviéramos detrás de ella para darle un achuchón, un beso o un paseo en brazos si es lo que nos pedía el cuerpo.
Después Ana se iba a la consulta. ¡¡¡cómo explicarlo!!!
 Mientras recorríamos un largo pasillo de camino al acercarnos al despacho iba aumentando el murmullo de la gente. Al final del pasillo dos puertas enfrentadas, a un lado, el consultorio y al otro, la sala de curas y la farmacia. Al final del todo, una sala de espera a rebosar de gente, sobretodo mamás y niños.
La sorpresa fue en aumento a medida que pasaban los pacientes…solamente había visto un caso de sífilis en mi vida…un chico de unos 35. Aquí de 40 niños vistos, un tercio eran positivos…Y en cada consulta casi un diagnóstico de VIH+ a veces un papá, o una mamá, o una niña de 17 años….
Un día vino una pareja con su hija, contaban perfectamente como le daban crisis epilépticas una vez al mes. Intentamos tratarle y explicarle que aquello no era un hechizo y que volviera a venir en una semana. Nunca más se supo…
Los bebés que traían a control de peso a veces daban ganas de no dejarles marchar, muchos por debajo de la talla y el peso que les correspondía para su edad.
Cada día salía de la consulta más segura de la falta de conciencia de su salud y de la de sus hijos…después pensaba que cuando no tienes ni lo más básico para vivir haces lo que puedes y como puedes…
Cuando sales de una consulta de primaria aquí en España, en donde el paciente viene autodiagnosticado vía internet, o te exige que le hagas esto o aquello y ves aquella realidad, tu forma de pensar cambia radicalmente. Aquí estamos en un punto donde prima la prevención. Allí hay tanta patología y tan pocos medios que no sabes por donde empezar.
Y pese a todo, sin unas medidas de higiene apropiadas, sin medios y casi sin conciencia se curan, salen a delante, viven con ganas de sonreír y te dan las gracias por dedicarles tu tiempo.
Si en la consulta te quedabas con el corazón encogido, al ir a la sala de curas no era para menos…El descuido por parte de los padres y el hecho de cocinar al fuego en el suelo, era la combinación perfecta para ver un montón de quemaduras cada día.
Mientras transcurría la consulta, Diego trabajaba con algunos niños discapacitados del centro y otros que venían a la consulta y eran captados. Si ya es difícil sacar adelante a un discapacitado en España, imaginaos allí… eso sí, es esperanzador ver a la madre de un pequeño venir todos los días desde la otra punta de la ciudad con la ilusión de aprender qué hacer con su hijo y con un montón de dudas de cómo puede intentar sacarlo adelante.

Cuando terminaba la consulta a eso de las 12,30-13 las hermanas tocaban la campana. Era hora de comer. Entonces intercambiábamos impresiones y organizábamos tareas para esa tarde: ir a por medicamentos, hablar con el obispo, llevar losetas para una capilla en construcción, ir a la compra…siempre había algo que hacer!!
Mientras comíamos los niños estaban de siesta. Justo después de terminar empezaban a despertarse y les tocaba la merienda, una rica papilla de frutas!! Otra vez a seguir gateando detrás  del gran cubo de la papilla!!!
El poquito tiempo libre cuando ya caía el sol a las 5 de la tarde lo dedicábamos a asimilar todo lo vivido y a tranquilizar a nuestras familias a través de la conexión a Internet de la casa (que todo dicho de paso, era como el Guadiana, aparecía y desaparecía, así que había que aprovechar el día que funcionaba).

También hubo tiempo para disfrutar de las misas más bonitas y participativas que hemos visto jamás, para conocer un poco más sobre una cultura y forma de vida tan diferente. Incluso un par de días de playa de su suave invierno y alguna excursión en la que visitamos paisajes increíbles y conocimos gente maravillosa.
Algunas de las cosas que os hemos contado suenan muy duras, otras muy tiernas y, aunque parezca mentira la mayoría de ellas hacen que mientras escribimos estas líneas o al contar las batallitas que vivimos a nuestros amigos los ojos se nos humedezcan, pero no de pena, si no más bien por la ilusión y el recuerdo de una de las experiencias más intensas y enriquecedoras de nuestras vidas.

Diego y Ana

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