sábado, 9 de enero de 2010

La tentación de la patada

¿No tienes a veces la sensación de ser el único tonto, el "pringao" que siempre "pringa"? Arrastrado por este "complejo de víctima", densos nubarrones se ciernen sobre mi, volviéndolo todo cada vez más oscuro. Aparecen y desfilan ante mi todas las cosas que quedan por hacer, todas aquellas personas y situaciones que después de bastantes años siguen igual, si no han empeorado. Siempre que vengo a San José de Tiebaya (Perú), tarde o temprano tengo esta sensación de estar dando cabezazos a una pared enorme y pesada, que cuanto más duro doy, mas "recontradura" se hace ella.

El primer año simplemente dices: "Qué mal está todo", y esperas ingenuamente que con tu "inestimable ayuda" y el paso del tiempo, las cosas irán mejorando. Pero al correr de los años, y seguir viniendo dos, tres, cuatro veces, un año entero... compruebas que las cosas siguen igual. Algunas un poco mejor, la mayoría igual y otras peor. Estas son las que más fuertes se presentan en los momentos grises.

Y así, cuando estás "aplatanadito" aparece presionando el pecho la tentación de la "patada": "Esto no hay quien lo arregle. ¿Por qué no puedo llevar una vida como las demás personas? Me dedico a mi trabajo, a mi familia, mi casa, mi coche, mis caprichos... y no me complico la vida". ¿Quien no ha sido tentado por la patada?

El refranero popular nos ofrece una primera luz: "nunca te bajes del tren dentro del túnel". Espera a que pase la oscuridad. Fuera del túnel, en la claridad del día, se toman mejor las decisiones. Otro dicho popular nos descarga de parte del peso: "al que hace lo que puede no se le pide más". No es responsabilidad nuestra cambiar todo el mundo. Y esto simplemente porque es imposible. Se me pide cambiar lo que puedo cambiar, o quizá solo mejorar.

Por eso se dice que la humildad es necesaria. Sólo cuando seamos conscientes de nuestra limitación e incluso precariedad, seremos capaces de hacer algo sólido y realista. Y porque somos conscientes de nuestra debilidad e inestabilidad, buscaremos el apoyo de otros, del grupo. Los cambios en el hombre no son automáticos ni inmediatos. Han de pasar años, e incluso generaciones. Por eso importa ser capaz de mirar más allá de nuestras propias narices, no sólo geográficamente, sino también en el tiempo.

Hay otra razón que no puedo dejar. Me vienen a la mente muchos rostros. Si yo lo dejo todo, ¿donde irían para que alguien los escuche, los sonría, los mire con cariño,... llore con ellos?

¡Parece que voy saliendo del túnel! Ese joven que de niño lloraba porque su padre borracho pegaba a su mamá, decía que él no quería ser así, y años después, es igual que su padre, pero me encuentro que desde hace unos meses ha cambiado... ¡Cuanta luz me da! Esa madre de familia que estuvo a punto de quitarse varias veces la vida y saca a sus hijos adelante. El mayor está a punto de ingresar en la Universidad... ¡Cuanta luz me da! Ese hombre, hace unos años deprimido, arrastrado por el alcohol y el juego, y ahora capaz de ahorrar para ayudar a otros, promotor dentro de su pueblo en el ámbito religioso, deportivo y comunitario... ¡Cuanta luz me da! Ese sacerdote y esa monjita que hace muchos años lo abandonaron todo para entregarse a estas gentes, y a pesar de fracasos e ingratitudes, siguen en la brecha derrochando vida y alegría... ¡Cuanta luz me da!

Sí, ahora lo veo claro, no puedo bajarme de este tren, porque es el tren de la vida. Cada uno somos parte de un vagón y si un vagón se desengancha, descarrilan todos los que vienen detrás. Demos la patada a la tentación de la desesperación, al egoísmo. No nos cansemos de estar empezando siempre. Y hablo en plural, porque lo hemos de hacer en grupo, apoyándonos unos a otros. Siendo pañuelos para llorar, pero también para cantar, bailar o jugar con ellos.

Alfonso Tapia

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